Sentado en una de las sillas del salón doy por finalizada una etapa de escritura, una etapa en la que he crecido tanto como persona como escritor o, al menos, eso espero. “Las Cartas de Holanda” me han acompañado durante toda la estancia que llevo en Eindhoven y, con mucha pena, me despido de ellas para comenzar algo nuevo y diferente. Nuestras historias continuarán día tras día y guardaremos éstas cartas en el recuerdo para leerlas cada vez que deseemos transportarnos a las historias que en ellas se cuentan.
Éste diario de a bordo comenzó siendo un resumen diario para mi madre, para la madre de Ana y Mary y para todos nuestros familiares y amigos. Escribí un resumen de nuestro primer día y tras descubrir el enorme interés que generó decidí comenzar a escribir “Las Cartas de Holanda”. Así nacieron, poco a poco, y así crecieron.
Despegamos hacia nuestra nueva vida el 25 de Septiembre de 2012 y varios meses más tarde regresamos a nuestro pueblo para realizar una visita en modo sorpresa. El 19 de febrero de 2013 aterrizamos por primera vez en España desde nuestra partida a Eindhoven y los tres juntos, como hasta ahora, sorprendimos a nuestros familiares y amigos que quedaban boquiabiertos al no creer que nos encontrábamos realmente en nuestro querido pueblo. La Nava de Santiago.
Me resultará muy raro no continuar escribiendo cartas pero es una decisión que tenía que tomar y que espero que todos comprendáis. Os agradezco vuestro apoyo, vuestro interés y vuestros ánimos durante toda la aventura que hemos vivido y que os he contado día tras día. Son casi 500 páginas escritas y casi 19 mil visitas al blog lo que me separa del primer día. Unos datos que realmente me quedan con la boca abierta y, aún sin creerlo del todo, me recuerdan todo lo que hemos evolucionado desde el primer día.
Nos habéis acompañado en nuestra estancia en el albergue, habéis comido en el suelo con nosotros, habéis probado la ensaladilla de un euro y hasta habéis conocido a las gallinas holandesas que en su día no nos dejaban dormir. Nos habéis acompañado en la búsqueda desesperada de piso, habéis degustado las pruebas gratuitas del Albert Heijn y del Jumbo y hasta una noche nos acompañasteis a robar nocilla de la cocina de la pensión, tras haber estudiado detalladamente un plan de robo. Hemos dado nuestras primeras pedaladas en bicicleta, hemos visto nevar, llover, hacer viento y volver a llover. Nos acompañasteis mientras recorríamos la ciudad en busca de trabajo y hasta recorristeis a mi lado los pasillos del supermercado en busca de unos tampones de una marca y un tipo que jamás había escuchado. Habéis sido testigo de nuestras aventuras, de nuestros primeros contactos con holandeses y españoles, nuestros primeros contratos y nuestro primer apartamento. Hemos arrastrado maletas de veinte kilos por la ciudad, hemos realizado mudanzas y hasta nos convertimos en investigadores profesionales al descubrir que nuestro hueco de las escaleras estaba repleto de huesos de animales. Nos ha detenido la policía, nos han multado y hasta nos han atropellado. ¡Y el día de Sinterklass nos llevamos un susto con Ana en el hospital! Hemos conocido a mucha gente, a muchos amigos, a gente del mundo de la hostelería y a gente del mundo del diseño. ¡Hasta ayudamos a partir por la mitad una estantería de diseño! Hemos comido patatas fritas, arroz durante una semana, hemos bebido cerveza y también hemos cenado en un restaurante de lujo. Lo hemos pasado bien, muy bien, y también lo hemos pasado mal, muy mal, aunque con nuestras sonrisas constantes conseguíamos regresar a la felicidad. En esta ciudad ya nos ha pasado casi de todo, aunque sabemos que el camino continúa y que las aventuras vienen agarradas de su mano, junto a él.
Nos propusimos cambiar de vida y lo hemos conseguido. Quisimos descubrir nuevo mundo, nuevas ciudades y hasta aprender nuevos idiomas. Decidimos volar, volar lejos, y arriesgarlo todo. Las cosas pudieron haber salido mal pero, de momento, van muy bien. El destino nos tenía preparadas todas estas aventuras y poco a poco nos las ofrece para que las vivamos como hay que vivirlas. Por eso lo que nos toca es continuar viviendo para continuar descubriendo.
Estas cartas siempre han estado dedicadas a todos vosotros, que estáis leyendo tras ellas. A todos los que nos habéis acompañado en la aventura directa o indirectamente, a los que nos han ayudado, a los que creen que no nos han ayudado, a los que se ríen con nosotros y a los que se ríen de nosotros, a los que nos quieren, nos echan de menos y a los que nos ven todos los días. Dedicadas a los que nos visitan, los que no nos visitan y a los que nos visitarán, a la familia del pueblo y a la familia de Eindhoven, a los amigos, a los amigos de verdad. Historias que están dedicadas a los que aparecen en las cartas y a los que no, al vecino invisible, al que nos regala el internet, a las cajeras del supermercado y a la cajera que cree que somos tontos, a las que ponen las pruebas en el Jumbo y Albert Heijn, a los del albergue y la pensión, a los restaurantes que no nos ofrecieron nada y a los que sí lo hicieron, a las personas que nos entienden, a los que no, a las gallinas holandesas y a todas esas personas que nos hemos ido encontrando en el camino, que algunos desaparecieron y otros permanecieron en él. A nuestros jefes, que nos dan trabajo y dinero para seguir viviendo por aquí, y a Marleen y a Derek, que también se convierten en nuestros jefes pero de un modo más amistoso. A todos nuestros nuevos amigos de Eindhoven: Aylim, que siempre sabe cómo seguir siendo el Dios de Holanda; a Gianlu, su querido novio italiano; a Mateu, Andrea y Aser, el magnífico equipo de cocineros de Señora Rosa; a David, Marc, Eva, Lidia, Adrián, Montse, Iñaki, Félix, Meli y al Cari; a Antonio, que gracias a él y a su tarjeta de crédito pudimos comprar nuestros billetes de regreso al pueblo sin que nadie sospechase nada; a Mónica y Pedro, la pareja de murcianos que regresaron esta mañana a España; y a todos los demás, que nos acompañan en nuestras aventuras y desventuras por Eindhoven.
En especial, por supuesto, a Mary y a Ana: que sin ellas la aventura de Eindhoven no hubiera existido, que me han acompañado en todos los momentos que aquí hemos vivido y que han permitido que hiciera de sus vidas un auténtico Gran Hermano en modo literario.
Pero sobretodo estas cartas están dedicadas a mi madre, que sigue al pie del cañón apoyando y luchando para que todos mis sueños y metas sigan haciéndose realidad y que, sin lugar a dudas, sin ella nada de esto hubiera sido posible.
A todos vosotros. Muchas gracias, de todo corazón, por haberme acompañado en esta aventura que se convierte en mi nueva vida y porque no sabéis lo feliz que conseguís hacerme al leer las cartas. Solamente puedo ofreceros palabras de agradecimientos. ¡Muchas gracias!
Y ya lo sabéis, no os preocupéis porque ante todo…
Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.