Una auténtica historia en la que se relatan las aventuras que viven tres amigos cuando deciden marcharse de su país de origen y comenzar una nueva vida a dos mil kilómetros de allí. Holanda se convierte en un escenario perfecto para demostrar que nunca hay que perder la esperanza, que siempre hay que enfrentarse a la vida con la más amplia de las sonrisas y que las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas.

domingo, 30 de diciembre de 2012

"Hosts and guests"

25 de Diciembre de 2012.

Sin lumbre en la chimenea, sin olor a buena comida y con pocos adornos que decoren nuestra casa comenzamos a vivir nuestro primer día de Navidad en Eindhoven. Pensamos en lo rápido que pasa el tiempo y en el tiempo que llevamos aquí. Parece que fue ayer cuando nos bajamos del avión y ya hoy echamos de menos los turrones y polvorones. Tiempo de nostalgia es lo que nos toca vivir ahora, pero ya sabéis. Lo sabemos llevar lo mejor que podemos y no nos ponemos tristes. Hay que echar muchas cosas de menos pero también hay que pensar de manera positiva y darnos cuenta de que, al igual que hay muchas cosas que añoramos, hay muchas cosas que todavía nos esperan por ser descubiertas y muchas más cosas por vivir. ¡A vivir una Navidad diferente, pero igual de especial que todas las que hemos vivido hasta ahora! 

Este año, a diferencia del resto de años, tenemos Navidad por doble ración. Repetimos, como las natillas. En este país celebran la Navidad dos días seguidos, así que nosotros, como buenos holandeses nos amoldamos a sus costumbres. Así que abandonamos los colchones y nos ponemos las botas para comenzar este día tan navideño. 

¡Y comenzamos con unas cenitas gratis! Sí, sí. Resulta que los sobres que nos entregó ayer Desiré a Mary y a mí son dos invitaciones para dos personas cada uno para uno de sus restaurantes. Así que tenemos unas cenas pendientes. Como Aylim también trabaja con ellos y también tiene invitación podemos cenar todos juntos. ¡Hay que buscar fecha para irnos de restaurante! Y cada uno de nosotros con un acompañante. ¡Qué buen regalo de Navidad nos han hecho nuestros jefes! 

Hoy Ana y yo trabajamos a las seis en los restaurantes y Mary no, creo que no tiene nada que hacer, ni ir a ningún sitio. Nos despertamos tarde así que no nos da tiempo de hacer muchas cosas antes de irnos al trabajo. Además, tengo que salir antes de casa porque a las cuatro y media he quedado en el restaurante para que comamos todos juntos. No es una comida de empresa, pero más o menos. Aylim y yo comeremos con el resto de trabajadores y con los jefes. ¡Qué rico! A ver qué me ponen de comer, pero que no se pasen mucho que todo lo que ensuciemos lo tengo que limpiar más tarde. 

Duchado y vestido me despido de Mary y de Ana, cojo la bicicleta y me voy al restaurante. A las cuatro y media llego a la cocina, los saludo a todos y Aylim me dice que la comida aún no está hecha, así que, aunque no son las seis y no es la hora de ponerme a trabajar comienzo a limpiar, para ir adelantando trabajo. Cuando quedan pocos cacharros por limpiar Aylim me dice que vamos a comer. ¡Pues venga! A comer. 

Dos camareras, un cocinero, Aylim, los jefes y yo nos sentamos alrededor de una de las mesas del restaurante y comenzamos a degustar nuestros platos de comida. ¡Qué sensación más extraña eso de comer en un restaurante solamente para ti y tus compañeros! Encima vestidos con los uniformes del trabajo hacen de la comida más especial y diferente de lo que ya es. Me siento entre Aylim y Desiré, la jefa. Comenzamos a comer. 

Un plato de carne con verduras para cada uno y un recipiente enorme de patatas fritas decoran la mesa. Vino y un agua con gas como bebidas, aunque también puedes beber cerveza, agua normal o lo que quieras. “Éste agua está malísima” me dice Aylim a regañadientes mientras que se llena su vaso para disimular y hacer pensar a los comensales que le gusta. A mí también me lo llena. ¡Dime a mí si está malo o no! Uno de nuestros primeros días en estar en Eindhoven nos moríamos de sed y entramos en un supermercado, en un hasta el momento desconocido Jumbo, y nos compramos una botella de agua. La sorpresa llegó cuando le di un trago enorme y convencido de que me iba a gustar. Esa agua mala no pudo estar en mi boca por mucho tiempo y salió disparada, convirtiéndome en un aspersor de agua con gas. ¡Qué agua más mala! ¿Cómo se la pueden beber de esa manera? Con lo mala que está, enserio. No lo entiendo. Pues Aylim me llena el vaso de esa agua, aunque nadie la toca. 

Codo con codo con Aylim y con mi jefa comemos la carne. Creo que es Bambi, no es que nos estemos comiendo al cervatillo de la película de Disney si no que es ciervo. Como Aylim no sabe algunas palabras en inglés y trabaja en la cocina tiene que utilizar términos que sean comunes para todos. Así que el ciervo se convierte en “Bambi” y las langostas se convierten en “Sebastián”, el cangrejo de La Sirenita. Bueno, pues creo que ahora estamos comiendo Bambi. Está bueno, pero me da pena pensar en Bambi. Y comemos muchas patatas fritas, con mahonesa. Nos encantan. 

La carne está rodeada de verduras de varios tipos, las cuales algunas me gustan y otras no. Juego, gracias al tenedor, con unas pequeñas bolas verdes que circulan por mi plato. Le digo a Aylim que qué es eso y me dice que es brócoli. Pincho una con el tenedor y me la meto en la boca. Comienzo a saborear en mi boca mientras que miro a Aylim. “¡No pongas cara de asco!” me dice mientras me recuerda que estamos comiendo con los jefes y con cocineros. Y no pongo cara de asco, y eso que no me gustan. Me lo trago como puedo y me doy cuenta de lo que Aylim puede llegar a conocerme en tan poco tiempo. No pongas cara de asco. ¿Cómo sabía que iba a poner cara de asco? Supongo que es muy típico de mí eso de poner cara de asco. 

Cuando terminamos de comer recogemos la mesa y continuamos con el trabajo. Vengan platos y cubiertos, sartenes, ollas y demás utensilios de la cocina. El lavavajillas no para de funcionar, ése es su trabajo y ése es mi trabajo. ¡Que el lavavajillas no pare! 

Mientras continuamos cada uno con nuestro trabajo recibo un mensaje en el móvil. Es Mary y me dice que quiere hacerle algo a Ana, para que podamos recompensarle todo lo que hizo ayer por nosotros, por la cena y porque la noche de ayer se convirtiera en una Nochebuena de verdad. Así que decidimos hacerle a ella una cena en secreto para que cuando llegue de trabajar esté todo preparado. ¡Me parece una buena idea! Se lo digo a Aylim, y ella y Gianlu se unen a la sorpresa. Siempre son bien invitados. 

La cocina limpia y todos los utensilios en su sitio anuncian que la jornada del día ha terminado. Así que, con los uniformes de trabajo de nuevo en las taquillas, nos despedimos de nuestros compañeros y nos vamos a casa. Mary nos está esperando con una cena medio hecha. Vamos en búsqueda de Gianlu y una vez los tres juntos nos vamos a casa. ¡Mary allá vamos! 

Preparamos todo el salón, colocamos las cosas en la mesa y lo tenemos todo listo para que Ana pueda llegar a casa tranquilamente. ¡Ya le hemos dicho que cuando termine de trabajar que nos llame! Así que seguro que sospecha algo, pero no importa. Aylim y Gianlu se meten en el servicio, para darle la sorpresa, y Mary y yo nos escondemos tras la puerta del salón, utilizando el colchón de cuadros escoceses como pared en la que poder ocultarnos. Ana ya está subiendo por las escaleras. Se escuchan los pasos y nos quedamos en silencio, aunque alguna de esas risas nerviosas que se producen cuando estás nervioso se escapa. Ana mete la llave en la cerradura del salón, gira y abre la puerta. Se topa con el colchón en vertical de los cuadros escoceses. “¿Qué pasa aquí?” es lo que dice al entrar en el salón. Mary y yo aparecemos dando voces, dejando caer el colchón al suelo, y a Ana se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja. Aylim y Gianlu, al escuchar que Ana ya está en el salón, también aparecen gritando un entusiasta “¡Sorpresa!”. Y nos sentamos alrededor de la mesa, a disfrutar de la cena, de nuestra cena de Navidad. Nuestra primera Navidad lejos de casa y lejos de nuestra familia y amigos. Aún así, esta es nuestra primera Navidad en esta casa, nuestra casa, y con nuestra familia, nueva familia, de Eindhoven. 

Así que disfrutamos de nuestra cena y de nuestro postre. ¡Porque también hay postre! Mary ha hecho una tarta de galletas, como no podía ser de otra forma, y de chocolate blanco. Está buenísima no, lo siguiente a eso. ¡Un bote entero de nocilla blanca! Qué barbaridad. Normal que esté tan, tan buena. Aunque me pongo triste al descubrir que Mary ha gastado el bote entero. “No te preocupes, ya compraremos otro” me dice, consiguiendo que olvide mis penas y regresando a mis alegrías. ¡Una nueva cucharada de tarta! Las mejores tartas del mundo, las más sencillas y las más especiales. No las hay mejores. ¡Que vivan las tartas de galletas y chocolate! 

Sentados alrededor de la mesa y disfrutando de éstas cenas improvisadas es como conseguimos convertirnos en amigos, en amigos que se divierten y disfrutan de los momentos. Es como nos convertimos en esas personas que están tan lejos de la gente a la que quieren, que luchan por los sueños que viven en sus mentes y que siempre intentan superar los malos momentos con una sonrisa en la cara, consiguiendo convertirlos en los mejores momentos. De esta manera es como nos convertimos en una nueva familia, que se ayuda y se apoya, que se cuenta sus alegrías y sus penas, sus temores y pesadillas, sus mejores momentos y sus grandes esperanzas. Nos convertimos en aventureros, en unos supervivientes, en la parte de un grupo, en un grupo y en todo lo que nos une y nos conforma. Es todo lo que somos y todo en lo que nos transformamos, a cada día que pasa, a cada experiencia que vivimos y a cada segundo que se cuela por nuestras vidas. 

Aquí seguiremos. Aquí continuaremos. Y de esta manera nos convertimos en nuevos momentos, en nuevas alegrías, diferentes experiencias y sorprendentes sensaciones. En nuevos pensamientos, novedosas sensaciones e inimaginables sorpresas. Nos convertimos en gente que forma un grupo, que viaja en bicicleta por las calles, que se moja bajo la fría lluvia, que busca lo que desea encontrar, que juega como un niño en la nieve, en gente que ayuda a los demás, en gente a los que ayudan, en gente que prepara cenas inesperadas y que hace postres para chuparse los dedos. No convertimos en sorprendidos y sorpresas, en niños y adultos, en amigos y familia, en anfitriones e invitados. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

sábado, 29 de diciembre de 2012

"Día bueno, noche buena"

24 de Diciembre de 2012.

Hoy es Nochebuena y mañana Navidad, y pasado también es Navidad. Dame la bota, María, que me voy a emborrachar. No, solo un poco. Mary y yo tenemos hoy una cita a las cuatro de la tarde con todos los empleados de los restaurantes, incluida Aylim claro está. Le hemos dicho a Ana un montón de veces que venga con nosotros, pero dice que no quiere. Dice que va a sentirse incómoda porque no conoce a nadie y que no se va a enterar de nada porque hablan en inglés. Ana, ¿y Aylim y nosotros dos en qué hablamos? Pero no la convencemos y no viene. 

Antes de las cuatro de la tarde vamos los tres juntos al Albert Heijn y a la tienda turca a comprar todo lo que necesitaremos para la cena de Nochebuena. Queremos preparar algo en condiciones, aunque siempre a lo barato. Eso está más claro que el agua. Haremos cosas sencillas pero con las que disfrutaremos. No importa la comida, lo que importa es pasar esta noche juntos. Seremos cuatro, Aser se une a la cena y estamos encantados de que lo haga. ¡Cuánto más gente mejor! El resto de amigos españoles no pueden cenar con nosotros, se han ido a España o cenan con algunos familiares, como el caso de Aylim y Gianlu. 

Es Nochebuena y nuestro paquete desde España aún no ha llamado a nuestra puerta, estamos cansados de esperar. Queremos nuestras cosas para Navidad, pero va a ser que no. Vaya, vaya. ¿Tanto tarda un paquete desde España? Seguro que se ha quedado por ahí perdido en alguna frontera. Nuestras comidas o nuestros regalos o las cosas que haya dentro están perdidas en medio de la nada. No puede ser. Estamos indignados con la correspondencia. ¿Dónde están las hojas de reclamaciones? Pues nada, nos tocará seguir esperando. 

Mary, antes de hacer nada relacionado con Nochebuena, tiene que ir hasta una oficina para recoger una cosa que Marleen le dijo ayer a través de un mensaje de texto. Mary se ducha y se viste temprano y se despide de nosotros. Dice que no cree que tarde mucho y que enseguida viene para irnos a comprar las cosas de la cena. En menos de media hora se escucha la puerta de abajo y unos pasos por las escaleras de seguido. ¿Mary? Nos dijo que tardaría poco, pero no tan poco. Ana y yo nos miramos extrañados y salimos de dudas cuando entra por la puerta. Sí, es Mary. Mientras se quita el abrigo y la bufanda sin poder parar de reír nos cuenta lo que le ha pasado. “Estaba en la puerta de la oficina y de repente he visto cómo Marleen se bajaba de su coche y se dirigía hacia mí. Cuando me ha visto ha empezado a reírse y yo, cuando lo he comprendido, me he unido a ella” nos dice Mary casi sin aliento. Resulta que Marleen le dijo en el mensaje que NO hacía falta que Mary fuera a la oficina, que ya iría ella. Mary le entendió lo contrario, así que ambas se han encontrado en la puerta de la oficina y se han empezado a reír de la situación. Qué casualidad, las dos a la misma hora. Son un cuadro. Me las imagino a las dos descacharrándose de la risa en la puerta de la oficina. ¡Hasta cuando un tipo les ha abierto la puerta Marleen le ha contado lo que les ha pasado! Dice Mary que no podían parar de reírse. Pues nada, Mary ya está en casa y se ha dado un viaje en balde, pero se ha reído. Que es lo más importante. 

Con Mary ya en casa nos ponemos manos a la obra. Después de pasar la mañana haciendo nuestro menú y la lista de cosas que necesitamos para comprar nos vamos al Albert Heijn, como ya lo sabéis y comenzamos a comprar nuestra cena. ¡Oh Dios de Holanda mío! ¡Oh Dios mío! Miles de pruebas invaden los pasillos del supermercado. Los dependientes del Albert nos regalan para navidad un montón de degustaciones gratuitas. Madre mía qué bien. Hoy no comemos en casa. Montañas de queso se alzan sobre los platos blancos de la carnicería. Los ojos se nos abren como platos cuando vemos a uno de los empleados llevar un par de bandejas de comida sobre unas mesas en medio de un pasillo. ¡Dos bandejas de canapés y de cosas que poder picar nos alegran nuestra visita al super! Panecillos con paté, ensaladas de gambas con una salsa muy rica, más tipos de queso, carpacho… No sé, hay de todo. 

Dos señoras se abalanzan sobre las bandejas de pruebas, como si no hubieran comido nunca. Comen y comen mientras se ríen por la satisfacción que les provoca la comida gratis. Son como nosotros pero en versión exagerada. Nos unimos a ellas y lo probamos todo. Vemos que una de las empleadas nos mira desde el interior de la charcutería y pone cara de rancia. ¿Qué pasa? ¿Esto son pruebas no? Pues para eso están. La que pone cara de rancia continúa preparando nuevas bandejas y, aún sin estar finalizadas las dos que hay en la mesa, se las lleva dejándonos boquiabiertos. ¿Por qué se lleva la comida? Y nos alegramos cuando vemos que las está reponiendo y poniendo cosas nuevas. ¡Qué buen regalo de Navidad! Supongo que como el paquete no nos llega el karma sabe recompensarnos y nos envía pruebas del Albert Heijn. 

Continuamos con la compra, para disimular un poco y no pasarnos la vida pegados como lapas a las bandejas. Las dos señoras de antes son como nosotros. Cada vez que hay una bandeja nueva son las primeras en atacar. ¡Hasta cuando se llevan las bandejas para reponerlas siguen comiendo! Un pobre trabajador no podía avanzar. Llevaba las bandejas en la mano y las señoras no paraban de detenerle para coger más pruebas. ¡Parecen gallinas picoteando en el suelo! Va a resultar que éstas sí que son unas buenas gallinas holandesas. 

Comemos mucho hasta que la empleada que pone cara de rancia nos dice a todos algo en holandés. Mary y yo estábamos rondando la bandeja, Ana ni se acercó porque ya sabía lo que iba a pasar. La trabajadora rancia pronuncia unas cosas con muchas jotas de por medio y Mary y yo huimos de la bandeja. Suponemos que ha dicho que no comamos más, por favor. Qué vergüenza. La rancia nos ha espantado a todos. A partir de ese momento creo que las bandejas se quedan más solas que la una. Pues para ti, quédate con tus pruebas. Que sepas que no me ha gustado ninguna, me las como por aburrimiento. Es mentira. Estaba todo buenísimo pero a ella no se lo digáis. 

Una vez en casa y con el estómago lleno comenzamos a ducharnos y a vestirnos para nuestra cita con la gente del restaurante. Hemos quedado a las cuatro en un bar que está cerca del Auberge Nassau, en el que trabajamos Aylim y yo. Ana vuelve a decir que no viene con nosotros, que prefiere quedarse en casa y arreglarlo todo un poco. Además, si se nos va el tiempo de las manos, puede ir preparando la cena. 

Mary y yo cogemos nuestras bicis y nos despedimos de Ana. Llegamos al bar donde hemos quedado y allí nos encontramos con Will y Desiré, los jefes del restaurante, entre otros. Casi todas las camareras y cocineros están tomándose algo. Aylim y su prima también están por allí. Así que ha llegado el momento de que comience la fiesta. Nos lo pasamos muy bien, hablamos con todos y bromeamos con todos. Will, el jefe, no para de traernos cervezas, una tras otra y hasta incluso cuando no nos hemos bebido una ya nos pone la segunda en la mano. ¡Este hombre nos va a llenar de cerveza! Comemos tapas del bar, bailamos y reímos, sobre todo nos reímos. ¡Hasta Desiré nos entrega un sobre a cada uno que no sabemos lo que es! Mary los guarda en su bolso y continuamos con la fiesta. Después de eso Aylim me dice que mañana vana a comer en el restaurante a las cuatro y media, que estoy invitado y que me vaya a esa hora a trabajar. ¡Vale! Una comida en el restaurante rodeado de todos mis compañeros me vendrá muy bien. Aylim y su prima, que es camarera, se despiden de nosotros y se van a cenar. Nosotros no tardaremos en irnos. Aunque seguimos pasándolo muy bien y Will no para de llenarnos las manos con vasos de cerveza. ¡Pero si yo en España no bebía cerveza! Supongo que el que sea lo más barato que puedes beber aquí y el que es lo que todo el mundo bebe me ha incitado a beberla, aunque sigue sin convencerme del todo. 

Todo el mundo en el restaurante llama a Mary por María, me hace mucha gracia, y es inevitable que no me acuerde de María. ¡María ven ya a vernos o a quedarte para siempre! ¡Pero ven ya! Y cuando creemos que nuestro cuerpo tiene más cerveza que agua en su interior decidimos marcharnos a casa. Nos despedimos de todos ellos, de los pocos que ya quedan, y nos vamos a casa. Negamos a Will una cerveza más y vamos en busca de nuestras bicicletas. 

¡Madre mía! Hemos quedado las bicis en una plaza que hay frente al bar y ahora esa plaza, sin saber por qué, está llena de gente que llevan velas muy largas en sus manos. Es una especie de procesión y Mary y yo tenemos que llegar hasta nuestras bicicletas como sea. ¿En serio? ¿Esto qué es? Vamos esquivando a la muchedumbre que pasea los cirios y Mary solamente teme por su pelo, reza para que no salga en llamas. Como por arte de magia y como caídas del cielo aparecen nuestras bicicletas al otro lado de la procesión de velas. ¡Con todas las bicis que hay aparcadas y con todo la gente que hay en la plaza hemos aparecido justo en el sitio de nuestras bicis! Qué suerte tenemos. La misión imposible de atravesar de nuevo toda la procesión, pero esta vez con bicicletas, se hace posible y llegamos hasta una calle despejada, sin gente, sin procesiones y sin velas. Por fin podemos montarnos en nuestras bicicletas y por fin podemos regresar a casa. Una cena de Nochebuena nos espera. 

¡Ana se ha lucido! Está en la cocina y está rodeada de platos de comida. Nos ha preparado la cena y no veas qué cena. La cocina está llena de cosas con muy buena pinta. Tengo ganas de probarlas todas, pero Ana no me deja hasta que no estén en la mesa. Se nos hace la boca agua mientras le contamos todo lo que hemos hecho en el bar y nuestra aventura con la procesión. Cuando estamos los tres en la cocina llega nuestro invitado, Aser. Los cuatro en la cocina vamos a oler a frito, pero no nos importa. Es Nochebuena y es nuestra Nochebuena, no necesitamos oler a perfumes caros ni comer comidas caras para ser felices. Nos conformamos con poco, aunque vivir unas navidades tan especiales y diferentes a las de otros años yo no lo considero poco. Es eso, unas navidades diferentes. Pero por eso no tienen por qué ser peores. ¡Y para nada las haremos peores! 

Una catástrofe nos ocurre en Nochebuena. No tiene nada que ver con la comida ni con la cena. Es más bien que tuvimos un problema de aseo, y no es que alguien oliera mal. Ni mucho menos. Todo ocurrió cuando Mary y yo estábamos en el servicio, estábamos hablando de estas nuevas y diferentes navidades. Yo estaba apoyado en el lavabo, sin más. De repente, unos tornillos que se aflojaron de la pared consiguieron que el lavabo se despegara de la pared. Con la inclinación el bote de porcelana donde teníamos los cepillos de dientes quedó hecho añicos en el suelo. Los cepillos de dientes invadieron el blanco suelo y a mí se me dibujó una cara de espanto en el rostro. Cogí rápidamente el lavabo, Aser vino en mi ayuda y Ana y Mary pusieron unas cajas de madera debajo, para que no se cayera al suelo. Menos mal que conseguimos apretar de nuevo los tornillos y el lavabo está fijado en la pared. Ahora los cepillos de dientes se han quedado sin refugio. ¡Qué susto! Ya sabéis: queda prohibido apoyarse en el lavabo a partir de ahora. Al menos hasta que le echemos un buen pegote de silicona. Y yo que creía que había adelgazado y ahora viene el lavabo y se me cae por culpa de mi culo. ¡Malditos polvorones y turrones! Pero si este año no estoy comiendo nada de eso… 

Disfrutamos de nuestra cena en familia, en esta nueva familia. Los cuatro charlamos y reímos, mientras observamos la cantidad de platos con comidas que hay en la mesa. Ana: definitivamente te has lucido. El otro día tuvimos que explicarle a Gianlu el significado de esa expresión, ya que es complicado que un italiano que habla cuatro idiomas la pueda comprender a la primera. Ana lo ha cocinado todo, excepto una tortilla de patatas que ha hecho Mary antes de irnos al bar con los del restaurante. ¡Y la tortilla, y no por culpa de Mary, es lo que peor está de la mesa! Tiene una pinta exquisita pero por culpa del aceite que hemos utilizado la hemos roto. ¡Hemos roto la tortilla! Está cocinada con aceite de pipa, o yo que sé, y ha quedado con un sabor muy, muy extraño. ¡Con lo que me gustan las tortillas y el maldito aceite se la ha cargado! Así que intentamos comerla con un poco de mahonesa, pero ni con esas se consigue camuflar el sabor a raro. Sabe a raro. ¡No volveremos a usar ese aceite nunca más! ¡Madre mía! Con lo rico que está el de los campos de Santa Quiteria… 

Cenamos como reyes y antes del postre recibimos una visita. Como no podía ser de otra manera Aylim y Gianlu se sientan junto a nosotros en la mesa y pasamos una buena velada. Ellos ya han cenado con la tía de Aylim y ahora han decidido tomarse una copa con nosotros. ¡Y así pasamos la Nochebuena! 

Nuestra Nochebuena está cargada de risas, de buenos momentos, de lavabos que se caen de las paredes, de postres que quedan un poco chuchurríos, de cenas que están exquisitas y de tortillas de patatas que saben raro. Ésta es nuestra Nochebuena, así la vivimos y así nos gusta vivirla a nosotros. Ya lo sabéis. No necesitamos comidas caras, ni ropas de marca, ni perfumes que perduran en el tiempo. Comemos lo más barato del Albert Heijn, vestimos de andar por casa y nuestras colonias valen dos euros en el Action. Si mezclamos todo eso se convierte en la cena más rica del mundo, con esta nueva familia que formamos día tras día. Están siendo unas Navidades diferentes, pero no por eso tienen que ser peores. ¡Feliz Nochebuena! 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

viernes, 28 de diciembre de 2012

"Free time, free lives"

23 de Diciembre de 2012.

Nos quedamos en casa hasta las cinco y media de la tarde, más o menos. La noche fue larga, se nos fue de las manos. La fiesta siempre se nos va de las manos. Amanecemos tarde, al igual que llegamos tarde. Nos tumbamos en nuestros colchones y comenzamos a dormir del tirón, hasta las tantas del mediodía. El día se nos pasa en la cama, es lo que tienen los domingos y es lo que tiene salir de fiesta los sábados. Nosotros intentamos que los domingos no se conviertan en días vagos e intentamos convertirlos en días en los que poder disfrutar. Aunque una semana más Ana tiene que trabajar a las seis en el restaurante y, en cambio, Mary y yo tenemos libre el día. Es un fastidio, por no decir otra cosa, que no tengamos los tres los mismos días libres. El único día en el que coincidimos son los lunes. ¿Qué le vamos a hacer? No le pedimos peras al olmo, pero sí días libres a la semana, tiempo libre al tiempo. 

Aborreciendo la cerveza y con ganas de comer sobrevivimos hasta las cinco y media, hora en la que Ana se despide de nosotros y se va al restaurante y hora en la que Mary y yo nos vamos hasta casa de Aylim y Gianlu. Nos despedimos de ellos anoche a las cuatro de la mañana y ya los echamos de menos, llevamos mucho tiempo separados. ¡Vamos a nuestra segunda casa! ¡Ana! Que te sea leve y te vemos luego. 

El timbre de Gianlu y Aylim no funciona, o funciona cundo le da la gana. Así que, en su defecto, el perro de la casa ladra cuando nota nuestra presencia en la puerta. ¡Chulo! Así se llama el perro que se parece al perro de Pocahontas y al de los Hombres de Negro. ¡Hola Chulo! ¿Dónde has quedado a Will Smith o tú eres más de ir en canoa con la india del Nuevo Mundo? Sea lo que sea, y no viniendo a cuento de nada, Chulo huele mal. Sí, los perros huelen a perro, pero Chulo huele peor aún. Y encima como es de esa raza pequeña y hacen esos ruidos tan raros, como si les costase respirar, se parece un poco a un cerdito. Pero no a Babe, el cerdito valiente, precisamente. 

Saco mi cámara de video de la bandolera y al entrar en su casa imito a los de “Españoles por el Mundo”. Grabando a Gianlu y a Aylim me hago pasar por un reportero y les entrevisto como si fueran una pareja de desconocidos. Me encanta hacer el tonto, ya lo sabéis. “Aylim háblame de cómo os conocisteis o no, mejor. Háblame de cómo colgaste esa lámpara del techo” le digo mientras pongo voz de reportero y le meto el objetivo de la cámara en las narices. Aylim, como no podría ser de otra manera, me sigo el rollo. Al terminar de hacer el tonto nos ponemos un poco más serios. Ha llegado la hora de la verdad, de la gran verdad: Mary tiene que cortarle el pelo a Gianlu. 

Cuando Gianlu descubre que Mary tiene pensado cortarle el pelo con las mismas tijeras con las que cortan el pescado pone cara de espanto. Creía que Mary tenía tijeras, peines y máquinas apropiadas para el pelo. Cuando descubre que sus ideas eran erróneas tiembla y se niega a que Mary toque su pelo. Se niega, dice que no. Le intentamos convencer mostrándole mi pelo y diciéndole que ella me lo ha cortado. Que me mire bien el pelo y que descubra por el mismo que sabe cortarlo. Gianlu no parece muy convencido. “Que no cariño, que yo voy al turco y le pago quince euros” le dice a Aylim, casi suplicándole para que no le quede en manos de Mary Manostijeras. Pero no hay remedio. “¡Gianlu: que el turco te queda el pelo fatal!” y le convencemos, y se sienta en un taburete en el servicio. Bajos sus manos pude verse la enfadad y a la vez triste cara de Gianlu, que reza para sí mismo deseando ver una buena imagen cuando se asome al espejo. ¡Tranquilo, te quedará guapo! “Si me quedas mal te meteré en el horno, porque cabes en él, y te como” son las últimas palabras de Gianlu a Mary, antes de que coja las tijeras. Mary se siente presionada. Es broma. Yo no digo nada. Y Mary comienza a dar tijeretazos. 

Mientras el suelo del baño continúa llenándose de pelos comenzamos a hacer la comida. No hemos comido en casa porque hemos quedado con ellos. ¡Pasta! Gianlu nos preparará pasta, en modo de agradecimiento por el corte de pelo. Le guste o no el resultado, tiene que hacernos la comida. ¡Ha hecho tiramisú! Tenía que hacer el postre para la cena de mañana de Nochebuena con su familia y le ha sobrado. Ha podido hacer dos tarros más y nos los comeremos después de la pasta. 

Con una lista de música sonando en el Youtube, con una pasta cociéndose y con un corte de pelo casi finalizado comenzamos a poner la mesa. Los cuatro platos, los cuatro vasos, cubiertos, servilletas y todo lo que podemos incluir en la mesa queda colocado bajo la lámpara que colgaron el otro día Mary y Aylim. Ya está, Aylim ayuda a Mary a dar por finalizado el corte de pelo y Gianlu se quita la toalla que rodea su cuello, se levanta de la silla y, lentamente, con valentía, consigue mirar su rostro en el espejo. Comienza a tocar su pelo con las manos. Parece que le gusta, pone buena cara y una sonrisa se dibuja en su rostro. “¡Me gusta!” nos dice mientras se ríe y nos mira. “¿No ves Gianlu? Hay que tener un poco de confianza” le digo mientras veo cómo abraza a Mary. Ella se alegra por el resultado, y porque no va a cocerse dentro de un horno. Nos encanta cómo ha quedado. Muy bien Mary. Te nombramos la peluquera oficial de Gianlu, ya que a Aylim si que no le deja ni acercarse. 

Después de la sesión de peluquería y estética nos sentamos a la mesa y disfrutamos de la rica pasta que Gianlu ha preparado. Riquísima. No puede estar mejor. Más tarde nos dejamos enamorar por el tiramisú que ha preparado también él mismo y, con el tupperware vacío decidimos jugar al Monopoly. Pero al Monopoly con cartas, no con tablero. La pareja de enamorados nos explican las reglas del juego y, cuando parece que más o menos las hemos pillado, comenzamos a jugar. Al principio no le veo la gracia pero después engancha. ¡Cómo nos gusta! No consigo ganar ninguna de las partidas pero me gusta jugar. Eso de jugar con dinero falso y propiedades ficticias nos gusta. ¡Qué lástima que el dinero también sean cartas y no billetes recién sacados de un cajero! 

La lista de música, la misma que hemos puesto hace unas horas, no se detiene y nos sigue ofreciendo temazos que nos encantan. Es una pasada, nos encanta la música. Seguimos jugando a las cartas, a miles de juegos diferentes. Seguimos bebiendo agua, en mi caso, y tés de todos los olores y sabores, en sus casos. No me gusta el té. No entiendo por qué a todo el mundo le gusta y a mí no. Me encanta como huele pero ese sabor a agua con colorante, y encima caliente, no es agradable para mi boca. No sé, no me gusta el té. Y aylim me hace mucha gracia porque se pasa todo el día ofreciendo cosas que poder llevarnos a la boca y todas sus ofrendas terminan en la palabra “té”. Os pongo un ejemplo: “¿Os apetece comer algo? Unas patatas, chocolate, galletas ¿O preferís beber? ¿Queréis agua, cerveza… un té?” y así intenta cebarnos durante toda la tarde. Creo que nos quiere poner gordos para Navidad. En mi caso ya no termina sus frases ofreciéndome té, si no que lo hace con la leche. “¿O un vaso de leche, quieres leche?” me dice, después una sonrisa se dibuja en mi cara y eso le sirve como respuesta. En serio, parece que estamos como en casa. Aylim lo consigue con los ojos cerrados. 

Con el Chulo, el perro que huele raro, rondando por nuestros pies continuamos con nuestra tarde de juegos de cartas. Disfrutamos de nuestro domingo, de nuestros días libres, de nuestras vidas libres. Somos como aves que vuelan a su libre albedrío por los cielos, solamente que somos personas que jugamos a las cartas sobre una mesa de salón. Pero jugamos a nuestro libre albedrío, bebiendo té, o leche. 

Nos meamos de risa jugando. Aylim nos enseña un juego de cartas al que llama “La Brisca”. Le digo que parece el nombre de una choni poligonera de un barrio chungo. La Brisca. “Pues esta tarde he quedao con la Brisca pá beberme unas birras…” y nada, nos enseña a jugar y nos gusta el juego. Es entretenido, pero no tan divertido como jugar a “Burro”. Éste es el juego en el que te reparten cuatro cartas y tienes que conseguir que las cuatro sean mismo palo. Vas pasando las cartas que no quieres a tu compañero de al lado y el primero que consiga juntar las cuatro iguales grita la palabra “burro” y pone la palma de su mano en el centro de la mesa. El último en poner la mano sobre la mano de su compañero va perdiendo. Gianlu se indigna porque es muy lento mirando las cartas, dice que no le da tiempo y que, cuando menos se lo espera, alguno ya hemos conseguido las parejas para ganar. “¿Cómo la haces para mirar tan rápido?”. Nos dice que en Italia es el mismo juego pero que se llama “Merda” y que en vez de decir “burro” dices “merda”, pero que las reglas del juego son las mismas. La única diferencia es que los perdedores van acumulando las letras que contienen la palabra “burro” en la versión española y en la versión italiana van cogiendo kilos de mierda. Sí, habéis leído bien. Cogen kilos de mierda. Reparten las cuatro cartas a cada jugador y las cartas restantes las utilizan para que los perdedores vayan cogiendo carta por carta sus respectivos kilos de mierda. Si coges una sota tienes diez kilos de mierda, si coges un rey pues doce kilos de mierda y así hasta que formas un buen montón de mierda. Así que jugamos al “Burro” al estilo Espaliano, la fusión entre español e italiano. 

Mary recibe un mensaje de Marleen y le dice que si mañana puede ir a una oficina a recoger una cosa. Mary le dice que sí y continúa jugando a las cartas. Ana nos dice que ha terminado de trabajar, pero que se van a quedar en el restaurante cenando. Ana dice que se lo van a pasar muy bien, así que nos alegramos por ellos y esperemos que disfruten como estamos disfrutando nosotros. Si no tienes un domingo libre, conviértelo en libre y vívelo como si fuera de esa manera. 

Continuamos con la diversión, con las risas, con los vasos de té y de leche, con las galletas, los chocolates y las palomitas. Los juegos de cartas y las carcajadas. Nos lo pasamos bien, muy bien. Las horas pasan volando sentados sobre aquella mesa de salón. Aylim le estropea a Gianlu los dos cafés que ha intentado tomarse en toda la tarde. Uno de ellos lo llena de basura cuando recoge la mesa para jugar a las cartas y en el otro mete, sin querer, una cuchara que el perro se ha metido en la boca. Sí, el perro sea metido una cuchara de café en la boca porque Aylim lo ha sentado a la mesa y ha intentado que juegue a las cartas como uno más. Obviamente se ha convertido en una misión fallida. “Mi novia parece un porco comiendo” nos dice Gianlu cuando ve a Aylim abrazando al cuenco de las palomitas, mientras las devora casi con gula. “Porco” es cerdo en italiano, por si alguien no se lo ha imaginado. 

Aquí seguimos, jugando a las cartas y comiendo tiramisú. Nuestros domingos libres son entretenidos, no nos podemos quejar. No le pedimos peras al olmo, pero el olmo nos da peras. Así son nuestros días libres, nuestros domingos libres, nuestras vidas libres. ¡Burro! Y corriendo ponemos las manos en el centro de la mesa, como en todas las partidas Gianlu es el último en poner la mano sobre el montón de manos. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

jueves, 27 de diciembre de 2012

"Nos mojamos como tontos"

22 de Diciembre de 2012.

Siempre he dicho que me gusta la lluvia, me encanta que llueva. Y me gusta que me llueva encima, me hace sentir que estoy vivo. Que se moje mi pelo, mis manos, mi cuerpo y toda mi ropa, que me empape. Mojarme con agua directamente del cielo, es algo mágico. Salimos a la calle y nos llueve encima, salimos y nos mojamos como si nada, sobre nuestras bicicletas, cuando vamos con las bolsas de la compra, de fiesta o camino al trabajo. No importa, nos mojamos, nos mojamos como tontos. 



Hoy es sábado y nos llueve durante todo el día. Tenemos muchas cosas que hacer, al menos durante la mañana. Hemos quedado con Aylim y con Gianlu a la una y media o así, ya que tenemos que ir a comprar las entradas de la fiesta a la que vamos a ir en Nochevieja. Así que hablamos con Aylim, que está en el restaurante, y nos dice que quedemos con Gianlu y que todos vayamos a buscarla allí. Hablamos con Gianlu, que está en casa, y nos dice que vendrá a por nosotros a la una y media, más o menos. 

Mary y yo nos duchamos y vestimos. Ana dice que no le apetece venir y se queda en casa. Gianlu aparece en la puerta de casa, nos avisa de que está ahí abajo y salimos en su búsqueda. ¡Hasta luego Ana! Vendremos en un rato. Gianlu, Mary y yo cogemos cada uno nuestras bicicletas y nos vamos en busca de Aylim, que está en el Auberge Nassau porque ha terminado hace un rato de limpiar las habitaciones del hotel. Sí, Aylim está pluriempleada. Es cocinera en el restaurante, limpia las habitaciones del hotel que hay encima del restaurante y un día a la semana, los viernes, es la friega platos. Aylim hace a todo. De camino al restaurante comienza a chispear. Vamos a tener un día pasado por agua. 

Tras la barra del bar del restaurante están Aylim y Will, nuestro jefe. Nos saludamos y nos invita a un café. Hablamos un poco en inglés, para no hacerle el feo a nuestro jefe de hablar todos en español, y cuando terminamos nuestros cafés invitados nos vamos en busca de nuestras entradas. ¡Hasta luego Will! Nos despedimos del jefe y le digo que no se preocupe por las tazas sucias de café, que después me toca limpiarlas. ¡Queremos fiesta y queremos fiesta en Nochevieja! Así que en modo Invierno Azul, nuestra versión de Verano Azul, nos vamos hasta la tienda de ropa donde venden las entradas. 

Aparcamos las bicicletas en la puerta y, medio mojados, invadimos la tienda. Gianlu se dirige a la dependienta para decirle qué es lo que queremos. Al principio parece no saber de qué le hablamos pero después sí que nos entiende. Y llega la hora de hacer cuentas. ¿Cuántas entradas queremos? ¿Cuánta gente seremos en la fiesta? Y comenzamos a decir nombres, intentando que no se nos olvide ninguno. “Mary, Ana, Dani, Martita, Aylim, Gianlu, un amigo de Gianlu, otro amigo de Gianlu, Aser, Andrea y David”. Ya está, seremos once. Once los que cenaremos y once los que iremos a la fiesta. Repasamos los nombres una y otra vez. Vengan dedos y vengan cuentas de cabeza. La dependienta nos espera mientras hacemos nuestros cálculos matemáticos. Seguro que si alguien nos pregunta que para qué sirven los dedos de las manos respondemos, antes que cualquier cosa, que para hacer cuentas y para metérnoslos en la nariz. ¡Ya está! Seremos once. Y le pedimos once entradas a la dependienta. 

De nuevo en la puerta nos disponemos a irnos al centro de la ciudad, ya que Aylim tiene que descambiar un conjunto de ropa interior que le regaló Gianlu y Gianlu tiene que descambiar unos pantalones que le regaló Aylim. No es que no se compaginen ni acierten con sus gustos. Es que a Aylim le queda grande el conjunto y a Gianlu pequeños los pantalones, o viceversa. No lo recuerdo bien. Antes de irnos pasa lo que casi siempre pasa y es que Aylim no encuentra las llaves de su bici. Unos minutos más tarde entra de nuevo en la tienda y descubre que las ha quedado encima del mostrador. ¡Vaya cabeza! Con las once entradas en el bolso, las llaves puestas en las bicis y cantando la canción de “Last Christmas” a los cuatro vientos nos vamos al centro, a la calle de las tiendas. 

Entramos en la tienda de bragas, tangas y sujetadores, lo que viene siendo una tienda de ropa interior femenina. Mary y Aylim se vuelven como locas. “Mira este qué bonito, mira el otro que chulo. Este me gusta para ti y este para mí. Qué sexy, blah, blah, blah” Gianlu y yo las abandonamos con sus intimidades y nos vamos al Pull and Bear. De camino a la tienda nos topamos con una orquesta callejera que tocan un “Last Christmas” que consigue ponernos los pelos de punta. Nos quedamos embobados viéndoles tocar, mientras nos mojamos. Porque sigue lloviendo. Las trompetas, los tambores, los saxofones y demás instrumentos consiguen una preciosa versión de la canción. Llamo deprisa a las chicas para que vengan a verlo, pero siguen liadas entre bragas. Con la música a nuestras espaldas y no comprendiendo por qué las calles están abarrotadas de gente, a pesar de que llueve, nos adentramos en la tienda donde tenemos que cambiar sus pantalones. 

Y como a ellas dos viendo bragas y sujetadores nos pasa a nosotros. Nos ponemos a buscar pantalones, camisas, jerséis y todos los complementos que podemos añadir a nuestros cuerpos serranos. ¡Queremos ropa! Pero no, solamente vamos a cambiar un pantalón. Así que nos vamos hasta la mesa donde están los pantalones y, como no había del mismo color que el suyo en otra talla, tiene que escoger otro de otro color. Nos ponemos a la cola, Gianlu se compra una billetera, cambia sus pantalones y regresamos a la tienda de ropa interior femenina. 

Allí siguen éstas dos. Aylim le dice a Gianlu que ha cambiado su conjunto de ropa por otro modelo y él le dice que ha cambiado el color de sus pantalones. ¡Todos contentos! Vámonos a casa. Antes de que eso ocurra recibimos una llamada de teléfono de Ana, que sigue en casa, y que nos dice que Mary se ha quedado su teléfono en casa y que Marleen la ha llamado diciendo no sé qué. Así que Gianlu se va al trabajo y nosotros tres nos pasamos por la tienda de Marleen, que está a menos de un minuto de donde están nuestras bicicletas aparcadas. 

Marleen solamente quería saber si Mary podía ir a enviar una carta a la tienda donde siempre va a enviar la correspondencia. Invadimos la tienda de Marleen, nos entrega el sobre y después de hablar con ella un rato regresamos, ahora sí, a casa. Ana nos espera y planeamos el resto del día. Vamos a comer en casa de Aylim, a las seis trabajamos todos y antes de eso hay que ir a comprar unas cosas al Albert Heijn. Me visto con la misma ropa con la que voy a salir esta noche, meto la del trabajo en la bandolera y me voy con Aylim a comprar. Mary y Ana se quedan en casa haciendo lo mismo: vistiéndose con la ropa de esta noche y preparando la del trabajo. Además, ¡tienen que ir a entregar la carta de Marleen! Quedamos con ellas en casa de Aylim y nos vamos a hacer la compra. 

No para de llover. Aylim y yo nos refugiamos un momento en el querido Albert Heijn. Compramos todo lo que necesitamos para la comida y continuamos dirección a casa. Aylim necesita comprar no se qué porque Gianlu tiene que hacer tiramisú para su cena familiar de Nochebuena, pero ese no sé qué no lo encontramos en el Albert así que, antes de llegar a casa, Aylim recuerda que hay un supermercado Plus cerca de allí, que podemos acercarnos. ¡Un Plus! Yo iba al Plus de Montijo con mi madre, hasta que la marca DIA se hizo con él. Supongo que no será de la misma empresa del Plus que yo conocía, pero me hace ilusión. ¡Vámonos al Plus! Aunque no pare de llover, aunque vayamos cargados de bolsas de comidas y de ropas del trabajo. ¡Vámonos al Plus! 

Advertencia: no os fiéis de las indicaciones que aparecen en las calles para llevarte al Plus. Te hacen creer que está muy cerca y es mentira. Te dicen que está en una dirección y no aparece. Las indicaciones del Plus son una trampa. Aylim y yo no nos damos por vencidos y continuamos pedaleando, a pesar de la lluvia y a pesar de no encontrar el supermercado. “Dani, te prometo que estaba por aquí” me dice Aylim desde su bicicleta, con el flequillo empapado pegado a su frente y los ojos engurruñados por la lluvia. Maldito Plus. ¿Dónde te has metido? De repente nos adentramos en un barrio diferente a todos los demás, más verde, más perfecto y más… diferente, simplemente más diferente. “Aylim, ¿dónde estamos?” le pregunto mirando a mi alrededor. “No lo sé, parece otra ciudad” me responde mientras continuamos con nuestra búsqueda desesperada. ¡Parece que hemos traspasado una barrera en el tiempo que nos ha transportado hasta otro lugar! Aunque la lluvia sigue sin cesar. ¡El Plus! A lo lejos lo vemos, al final de una de las calles. Pedaleamos hasta él, más rápido que nunca, y cuando llegamos descubrimos que no sabemos por dónde se entra. Bordeamos el supermercado con la bici y no aparece la puerta por ningún lado. ¡Maldita sea! Seguimos pedaleando hasta que aparece. Bendita puerta, bendito Plus. Ya estamos aquí. 

¡Nos encanta el Plus! Después de la lata que nos ha dado al encontrarlo ahora nos ha enamorado. Sus estanterías, su colores, su variedad de comida, sus adornos navideños y el bien estar que te transmite. ¡Qué bien se está en el Plus! Aylim y yo decidimos hacernos fans del Plus. Y cantamos “Soy fan del Plus, de sus maneras de vender, de tus pruebas por doquier”. Nos encanta el Plus. Aylim encuentra lo que necesita para el tiramisú de Gianlu, hay una máquina de zumos en la que puedes exprimirte tus propias naranjas y llenarte una botella para llevártela bien fresca a casa. ¡Hasta hay una especie de cocinero que te sirve pruebas gratis en un mini plato de plástico! Esto tiene más categoría que el Jumbo o que el Albert Heijn, qué pena que quede tan lejos de nuestra casa. De la de Aylim queda cerca, pero de la nuestra no. ¡Da igual! Algún día hay que hacer una excursión al Plus, todos juntos. A ser posible un día que no llueva, por favor. Si lo sé no me ducho. Disfrutamos de nuestra prueba de algo que no sabemos lo que es, pero está bien bueno. Nos ponemos a la cola; cogemos nuestra compra; toda la compra de antes, que le hemos pedido a una chica del mostrador del estanco que nos la guarde; y nos vamos a casa. Ana y Mary ya nos esperan en la puerta. Dicen que se están mojando, que nos demos prisa. ¡Éstas se creen que vamos en coche y que nosotros no nos mojamos! 

Hacemos arroz a la cubana, nos lo comemos y nos vamos al trabajo, cada uno a su puesto. ¡Mierda! Se me olvidan las zapatillas de salir en una bolsa en casa de Aylim. Tengo que salir de fiesta con las del trabajo. ¡Qué mal! Menos mal que son negras y no se nota mucho que están sucias. Aylim me dice bromeando que no puedo salir con eso, que tengo trozos de comida y de lechuga “repegoteados” en la suela. ¡Aylim no me hagas sentir mal! Y, olvidándome de lo que llevo en los pies, nos vamos de fiesta. 

Aylim, Gianlu y yo cenamos en el McDonald´s. Ana dice que no le apetece salir y se va a casa. Nos reunimos con Mary y el resto de gente en el Dr. Ink, en el local de siempre. Hoy tenemos un nuevo español en el grupo. Se llama Antonio y es de Zaragoza, lo conocimos gracias a un grupo de Facebook en el que se ponen en contacto todos los españoles de Eindhoven y hemos decidido quedar con él. Mañana se va a España pero no importa, ya quedaremos con él cuando regrese de sus navidades en familia. David, otro amigo nuestro, también se va mañana a España. ¡Nos vamos a quedar solos! No importa, viviremos unas navidades diferentes. Ahora toca empezar con nuestra fiebre del sábado noche. 

Así que la noche empieza. Aylim, Gianlu, Antonio, David, Mary y yo comenzamos un poco tranquilos, aunque ya nos conocéis y acabamos siendo amigos de los dj´s y siendo, una noche más, los reyes de la pista. Más tarde se unen Andrea, Eva y Mateu. ¡Vamos a bailar! Y así hasta que nos cierran el local. 

No para de llover. Lleva todo el día lloviendo y creemos que el fin del mundo no fue ayer, si no que es hoy. Lo dicho: que el Dios de Holanda nos coja confesados. 



Siempre he dicho que me gusta la lluvia, me encanta que llueva. Y me gusta que me llueva encima, me hace sentir que estoy vivo. Que se moje mi pelo, mis manos, mi cuerpo y toda mi ropa, que me empape. Mojarme con agua directamente del cielo, es algo mágico. Salimos a la calle y nos llueve encima, salimos y nos mojamos como si nada, sobre nuestras bicicletas, cuando vamos con las bolsas de la compra, de fiesta o camino al trabajo. No importa, nos mojamos, nos mojamos como tontos. Me hace sentir que estoy vivo, nos hace sentir que estamos vivos. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.


miércoles, 26 de diciembre de 2012

"The end of the world"

21 de Diciembre de 2012.

Aquella mañana de invierno se despertaron muy temprano, queriendo aprovechar las máximas horas del día. Ella se puso la primera camiseta que se encontró en el armario, él hizo lo mismo. Salieron corriendo a la calle, con las llaves de sus bicis en la mano, y miraron al despejado cielo azul que gobernaba sobre sus cabezas. Hacía un día estupendo. No se lo habían imaginado de aquella manera. 

Comenzaron a pedalear con todas sus fuerzas, queriendo recorrer todas las calles de la ciudad, todos los lugares que la rodeaban y todos los sitios por donde pudieran ir montados en sus bicicletas. Sentían la maravillosa presencia de que algo enorme iba a sucederles aquel día, algo que nadie imaginaba y algo para lo que nadie estaba preparado. Ellos sintieron las ganas de viajar en bicicleta, allá donde les llevaran las pedaladas. 

El cielo cambió de color. Un tono rojizo tiñó toda su superficie, invitando a que las nubes comenzaran a invadir descaradamente el cielo de la ciudad. Las oscuras nubes también se pintaban del mismo color, del mismo rojo que caracterizaba la profundidad del cielo. El viento comenzó a soplar muy fuerte y, con él, la lluvia le acompañó durante el resto del día. La ciudad había quedado pintada de otros colores, de rojos, naranjas, grises, negros y amarillos. El color del fuego se fusionaba con el de la oscuridad. Se creaba un contraste que no conseguía pasar desapercibido. 

Ellos continuaban pedaleando sobre sus bicicletas. Continuaban sin un rumbo fijo y sin un destino al que llegar. Fueron testigos de la metamorfosis del día, de los cambios de color que sufría la ciudad y de todo lo que a continuación les ocurriría. 



Si hoy tiene que ser el fin del mundo que el Dios De Holanda nos coja confesados. ¿Os imagináis despertar de la cama, bajar las escaleras y toparte con un mundo destruido y arrasado? ¿Te imaginas el agua inundando ciudades, los volcanes llenándolo todo de lava y un enorme meteorito dirigiéndose a la Tierra a miles de kilómetros por hora? ¿Te imaginas que centenas de naves alienígenas invaden nuestros cielos o, simplemente, nuestro planeta explota como lo hace un globo de aire o una pompa de chicle? Pues nada de eso ha ocurrido. No al menos hoy. 

Veintiuno de diciembre de dos mil doce y aún no tenemos nuestra agenda preparada para nuestra gran despedida al mundo. ¿Qué hacemos? No sabemos si desayunar como un día norma, coger la bici y ver cómo todo se destruye a nuestro paso o ir a los restaurantes a destruirnos mientras fregamos platos. ¡Qué complicado esto de no saber qué hacer en el último día! Como todo parece muy normal y nada parece fuera de lo normal vivimos nuestro día como todos nuestros día a día. 

Así que Mary se va al estudio de Derek a continuar con sus lámparas. Le gusta mucho este trabajo y está muy contenta con sus lámparas. Esas lámparas de diseño seguro que valen un pastón y encima ella ¡está montando sus circuitos eléctricos! Ana y yo nos quedamos en casa, como casi muchas mañanas. Nos quedamos solos hasta que recibimos una visita. 

Aylim, protagonista indiscutible de “Las Cartas de Holanda”, invade nuestro salón con una camisa de Gianlu más arrugada que un higo. ¿Otra vez necesitan a Gianlu como camarero? Pues sí, y tiene que volver a ponerse la misma camisa, ya que solamente tiene una. Gianlu es más de camisetas. Aylim nos dice que más tarde se pasará Gianlu a por la camisa, la plancha ella sobre nuestra tabla y con nuestra plancha. Ellos no tienen plancha, pero para eso estamos nosotros aquí. Para eso y para todo lo que haga falta. Nos cuenta que en su mañana del fin del mundo ha estado colocando otra de las lámparas que le dieron en el restaurante. La otra la puso el otro día gracias a la ayuda de Mary y ahora ha puesto otra con la ayuda de nadie, con el intento de ayuda de Gianlu. Aylim ya conoce el método para poner la lámpara y le regala voces a su novio, que quiere colocarla de una manera que no es. “¡Cariño no, que así no es! Déjame, déjame” ya me los imagino a los dos dando voces en el salón y no comprendiéndose el uno al otro, y eso que se comprenden bastante bien. Aylim nos dice que Gianlu se ha renegado y la ha observado desde uno de los sofás del salón. Ella ha tenido que hacer malabarismos para colocar la lámpara. Subida en las escaleras, con la lámpara en las manos e intentando colocarse en el sitio correcto, siempre con la preocupación añadida de no querer ver su cara estampada contra el parquet del suelo. ¡Vaya cuadro! Aunque de cuadros no va la cosa. 

Aylim ha conseguido poner la lámpara y después consigue planchar la camisa. Se despide de nosotros, después la veré en el trabajo y nos volvemos a quedar los dos solos, esperando a que Gianlu venga a recoger su camisa. Cuando veo la camisa pienso en la ropa que me voy a poner en estas fiestas, en estas cenas… pero después no me importa mucho. ¿Qué más da la ropa? Seguro que me compro alguna camiseta y me la pongo en Noche Vieja. Si es que no se termina el mundo claro. 

¡Y hablando de Noche Vieja! Tendremos una visita de España. Ya es oficial que Marta, la amiga de Mary y Ana de Badajoz, se viene para dar la bienvenida al nuevo año con nosotros. ¡Nuestra primera invitada! Seguro que lo pasamos muy bien y encima todo esto supone una nueva aventura, ya que Mary tiene que pedirle el coche a Marleen para que nos deje ir a por Marta al aeropuerto. Encima no es el aeropuerto de Eindhoven, si no uno que está cerca de la ciudad pero ya en terrenos alemanes. ¡Yuju! Viaje en coche a Alemania. Saludaremos a la Merkel de vuestra parte, no os preocupéis. 

Gianlu llega a la puerta de casa en su bici, abro una de las ventanas del salón y le lanzo la llave de la puerta para que suba. Siempre hacemos lo mismo. Da mucha pereza bajar las escaleras para girar la manilla de la puerta y el vecino flautista invisible de Hamelin no nos quiere servir como mayordomo. Así que Gianlu sube hasta el salón, se pone su camisa planchada y se va a trabajar, como cocinero, camarero y todo lo que tenga que hacer. ¡Vaya tela! Los camareros de Holanda parecen ser unos impresentables. Menos mal que estamos todos nosotros para solventar problemas de última hora. Como el otro domingo, cuando Mary tuvo que ir a limpiar cubiertos y platos a Señora Rosa y Ana tuvo que estar tras de la barra. ¡Somos la solución! 

Hoy es viernes, último día de nuestro planeta y seguimos sin ver síntomas de destrucción. ¿Se estarán reservando las sorpresas para los últimos minutos del día? Nosotros seguro que nos encontramos fregando en medio del apocalipsis. Qué jaleo. Al menos nos despediremos a gusto. Mientras el mundo se destruye ahí fuera nosotros estaremos puliendo platos y secando cubiertos. Suena triste pero nos iremos relajados. 

Hoy trabajamos Ana y yo en los restaurantes y Mary se queda en la tienda hasta las ocho o las nueve de la noche, ya que Aylim hace el trabajo de Mary los viernes. Así que Ana se va a Señora Rosa, Aylim se va al Vintage y yo me voy al Auberge Nassau. ¡Hasta luego! Que os sea leve, que ya sabéis que no es lo mismo que breve. 

Al salir del trabajo me monto en la bicicleta, que se queda aparcada en una especie de patio trasero por el que entro a la cocina. Pedaleo hasta que llego a casa. Mary ya está esperando allí y Ana aún no ha terminado. Cuando entro en el salón parece que a Mary le ha dado una sobredosis de Navidad, al igual que la fachada de una casa que vemos todos los días de camino al Albert Heijn. La casa está decorada con varias luces de navidad, con unos renos iluminados en el porche, un Papá Noel o un Sinterklaas en la puerta y miles de artículos navideños que dotan a la fachada con un aspecto de una tienda de bazar chino. ¡Es una casa con sobredosis de Navidad! Pues a Mary le ha pasado lo mismo esta noche. Ha comenzado a realizar unas flores de papel para decorar la casa. Son muy originales y manuales, todo hecho por ella. Ha utilizado cartulina roja y papel de regalo tomado prestado del Albert Heijn. ¡Son flores navideñas y están colgadas por las paredes del salón! Hay unas cuantas y dice que con ellas también tenemos que decorar la casa de Aylim, ya que es donde vamos a cenar en Noche Vieja. ¡Y a parte de las flores también ha pintado un dibujo muy chulo! Ha utilizado las pinturas que nos regaló la chica que se fue a Londres y ha pintado a un muñeco de nieve, un Papá Noel y un reno muy gracioso que sujetan un tronco de madera, real, donde puede leerse “Feliz Navidad”. El dibujo me encanta, para que os voy a engañar. Muy bien Mary, si hoy hubiera terminado el mundo hubieras estado pintando y escuchando música. Me gusta el plan. 

Y ya son las doce de la noche y seguimos vivitos y coleando. El veintiuno se ha terminado y no ha ocurrido nada. Me esperaba un apocalipsis más interesante, la verdad. No sé, un poco de lluvia, alguna llamarada. Algo. Pero no ha habido nada. No hay fin del mundo. Nuestras vidas seguirán como hasta ahora, cosa que agradezco eternamente. El Dios de Holanda nos seguirá observando desde los cielos de Eindhoven. Seguro que si hubiera llegado el fin nos hubiera tendido su enorme mano desde el cielo y nos hubiera rescatado, con nuestras bicis y todo. ¿A que si Dios de Holanda? ¿Os imagináis poder pasear en bici por las nubes? Yo sí. 



La lluvia no cesaba, bailando continuamente con el viento que azotaba tan fuerte como rápido. Era una lluvia densa, tan densa que casi les impedía seguir disfrutando de las vistas sobre las bicicletas. Una enorme bola de fuego apareció de entre las nubes, desprendiendo un sorprendente hilo de humo que formaba un camino ennegrecido en el rojizo cielo, formando un contraste de colores visible para todos. El fuego viajaba a una velocidad sorprendente, dirigiéndose con decisión a la faz de la Tierra, a muy pocos kilómetros de donde continuaban pedaleando. Ellos eran testigos de todo lo que estaba sucediendo. La lluvia, el viento, los tonos rojizos y el fuego que viajaba por el cielo. 

El oscuro camino que se había creado en el cielo no se desvanecía. La bola de fuego había desaparecido, ya no estaba en el cielo, y, unos segundos más tarde, un enorme estruendo se coló en los oídos de los dos que continuaban contemplándolo todo desde sus bicicletas. Un estruendo que provocó que el viento enloqueciera y que la lluvia fuera más fuerte de lo que lo era antes. Sus ropas mojadas permanecieron sobre los asientos y sus piernas no cesaron en el movimiento de pedaladas. 

Minutos más tarde una sorprendente barrera de agua apareció en el horizonte. Una ola de agua inundó la ciudad, bañando todas sus calles y arrasando con todo lo que se encontraba a su paso, sin piedad. Todo parecía haberse quedado en el fondo del mar. El color azul oscuro predominaba en el planeta, un planeta custodiado por un permanente cielo rojizo. La lluvia continuaba. Las nubes dejaban paso a nuevas piedras bañadas en fuego, enormes piedras que impactaban contra la superficie terrestre. 

Dos bicicletas murieron en el fondo del mar, entre las calles destruidas e inundadas de una ciudad cualquiera. Una enorme piedra impactó contra ellas, desvaneciéndolas en el agua. Desvaneciendo todo lo que había alrededor. Todo estaba destruido. El día había llegado. Ellos quisieron pedalear hasta el final y así lo hicieron. Hasta el fin de los días, el fin de sus días, el fin del mundo. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.

"Palabras que dicen todo"

20 de Diciembre de 2012.

No sabemos si Nicole Kidman vive todavía con nosotros o si se ha mudado de casa. A veces se escuchan ruidos raros, pero no sabemos si es ella o no. ¿Os acordáis que comenzó a vivir con nosotros en la pensión y que se mudó cuando comenzamos en el piso? El piso que un día vinimos a visitar Ana y yo, el que estaba lleno de pelos de perro y en el que el perro estaba en la terraza ladrando como un descontrolado. ¡El del perro agresivo! Así lo bautizamos y así nos dirigíamos a él cuando estábamos discutiendo sobre con qué piso nos quedaríamos. Madre mía. Aún recuerdo las tardes en las que no sabíamos por qué piso decantarnos ni cuándo decantarnos. 

Ahora el piso es nuestro, cada rincón. Ya hay cosas esparcidas por toda la casa, los armarios llenos, la lavadora tendida, la loza por fregar o fregada y las zapatillas invadiendo los escalones de las escaleras. El piso ya es nuestro, cada rincón. 

Mary y yo nos despertamos y dejamos a Ana en la habitación. Colocamos un poco la casa, ya que cada noche termina hecha un desastre y ella se ducha y se viste para irse, una mañana más, al estudio de Derek. Tiene que seguir haciendo las lámparas con uno de los compañeros del diseñador. Ahora está montando el circuito eléctrico, ya que las lámparas ya están hechas. Mary dice que está muy contenta y que está aprendiendo en estos días más que en toda su carrera universitaria. ¡Los días en el estudio le vienen muy bien! Así que coge su mochila verde, la bici de Marleen y se marcha al estudio, en busca de unas lámparas a las que hacerle el circuito eléctrico. ¡Ten cuidado y no vengas chamuscada! 

Un poco más tarde unos pasos en las escaleras que nos comunican con la habitación empiezan a sonar. ¡Cómo suena este suelo! Ana ya viene, ya se ha despertado. Me da los buenos días y se sienta en una de las sillas, de las pocas sillas, que tenemos en el salón. Me dice que quiere ir al centro de la ciudad a comprar algo para su amigo invisible. ¡Madre mía! El amigo invisible. Nos daremos los regalos el día de Noche Vieja, ya que cenaremos todos juntos, y yo aún no tengo nada de nada. ¡Qué desastre! Bueno, al menos me queda el consuelo de que ni Ana ni Mary han comprado tampoco. Creo que Aylim aún no tiene nada y Gianlu no sé, seguro que tampoco. Al resto de amigos invisibles no les he preguntado. 

Ana me dice que anoche quedó con Andrea para ir juntas esta mañana al centro, pero Andrea no da señales de vida. Seguro que se ha quedado dormida, así que Ana decide irse sola al centro en busca de un regalo para su amigo. Yo me quedo en casa, voy a escribir y no creo que tenga nada que comprar en el centro. Mis ideas de regalo no son muy claras de momento. ¡Si fuera con Ana nos tendríamos que separar para comprar! No la acompaño, le deseo buena suerte y espero que llegue cargada de cosas. 

Escribo todo lo que puedo, aunque creo que ya me he acostumbrado a hacerlo en compañía. Antes siempre lo hacía por las noches, cuando no tenía nada que hacer. Ahora me levanto y es lo primero que hago por las mañanas. Me siento bien escribiendo. Creo que todo el mundo debería escribir algo en su vida. Te das a conocer y te conoces más a ti mismo. A veces te sorprendes de lo que llegas a poder pensar y en lo que puedes a llegar a sentir. Hay cosas que solamente descubres cuando estás mucho tiempo a solas contigo mismo, a solas frente a tus pensamientos y a solas contra las palabras que vas dictándote a ti mismo. Necesito explayarme contra las palabras. Las palabras consiguen evadirme, me sumerjo en ellas y me transportan a los lugares y a las situaciones que más deseo en cada momento. Puedo ir a donde quiera. Es como la libre imaginación. Escribir es como capturar a la imaginación y conseguir que quede plasmada a través de las palabras. Pues eso, que escribo todo lo que puedo. 

Cuando doy por finalizada alguna de las cartas me voy a la ducha. Ana ya hace tiempo que se ha ido, va siendo hora de comer. Así que prefiero ducharme y vestirme y hacer tiempo hasta que Ana llegue a casa. Tenemos que comer y a las cinco y media nos tenemos que ir a los restaurantes. El agua empapa mi cuerpo, como si me lloviera dentro de una mampara. Cuando estoy disfrutando del agua, del jabón y de alguna canción que se me pase por la cabeza, un torbellino de gritos de felicidad invade mi tranquilidad. ¡Es Ana! Ana ha llegado. 

Me grita desde fuera del servicio, desde el salón. Dice que hay algo para mi, algo de lo que no me entero muy bien. “Tres… que sí… padres…y Teodora” dice Ana desde el otro lado de la puerta. Salgo de la ducha lo más rápido que puedo, me visto y salgo al salón. Allí está Ana, con una sonrisa de oreja a oreja y con lo que parecen ser unos sobres en la mano. ¡Son tres cartas! Tres cartas desde España. Cojo los sobres y en ellos puedo leer la dirección de mis padres, en otro de ellos la misma dirección pero encabezada por el nombre de mi hermana y en el tercer sobre la dirección de mi abuela materna, mi yaya. No sé por qué, pero desde siempre la he llamado yaya. 

Me siento en una de las sillas del salón, en la misma que ha estado sentada Ana antes de irse al centro, y abro el primer sobre. Mis padres me desean una Feliz Navidad, fuera y lejos de casa, pero feliz. No podemos contener las lágrimas, ni Ana ni yo. Mi yaya me manda besos y los mejores deseos. La minúscula letra de mi hermana también consigue que mis lágrimas no cesen. Es precioso. Tres cartas preciosas. No sé qué es lo que me emociona más: si las palabras que en las postales de Navidad puedo leer o el saber que esas cartas hace tan solo unos días han estado entre sus manos. Sea lo que sea me emociona, los siento cerca y me hacen sentir bien. ¡Qué sorpresa! No me esperaba esto. Solamente ver las direcciones en los sobres me emociona, aunque no hubiera nada dentro. La letra de mi madre es inconfundible. 

Con los tres sobres en las manos, las manos que me tiemblan de los nervios, les imagino a todos hace unos días. Me los imagino a la hora de escribir las postales que iban a enviarme. Mi madre con el boli en las manos seguro que fue la que primero escribió sus palabras, animó a mi padre a que me dedicara algunas líneas y aconsejaría a mi hermana sobre qué poner. Mi hermana seguro que se quedó media hora delante del papel, preguntando y diciendo “es que no sé, es que no sé”. Mi madre le diría algunas cosas que poner, aunque seguro que mi hermana la escuchó y no puso nada de lo que le dijo. A mi hermana le pasa eso. Pregunta mucho pero en el fondo sabe de sobra qué es lo que va a escribir, desde el principio. Supongo que le gusta pasar tiempo a solas con el folio en blanco, igual que a mí. Y también consigo imaginar a mi madre, puede que acompañada por mi hermana, yendo a casa de mi yaya. Se sentarían todas en el salón y esperarían a que escribiera algo para su nieto. Los imagino a todos, en la mesa de la salita. Puede que mi hermana en su habitación. Los imagino, me gusta pensar en ello. Y días más tarde las tengo entre mis manos. 

Ana y yo nos secamos las lágrimas. No podemos ni hablar. Sus letras, sus trazos con los bolis, sus postales navideñas escogidas para la gran ocasión, sus sobres en blanco y sus direcciones de correo. El nombre de la calle, el número, sus nombres, sus casas. Mi casa. Se ponen los pelos de punta. Unas cartas, solamente unas cartas. Cartas que viajan a través del tiempo, consiguiendo que te transportes hasta tu salita y los veas a todo escoger sus mejores palabras. Cartas que recorren dos mis kilómetros. Cartas que cierran con sus manos y que días más tarde duermen sobre la alfombra del recibidor de una casa en Holanda. 

Después de la emoción nos preparamos para ir al trabajo. Ana me enseña lo que ha comprado. Me lo enseña porque no es nada para su amigo invisible, si no que es para ella. Dice que ha entrado en Pull & Bear y se ha comprado un conjunto de camiseta y pantalón. ¡Qué chulo! Me gusta mucho. Un buen conjunto para estrenar en Noche Vieja, a mi me gustaría comprarme algo también. Aunque no sé si me dará tiempo. Y después de comer nos vamos a trabajar. Mary ya ha terminado en el estudio y ahora está en la tienda, se va desde allí al restaurante. Ana y yo cogemos nuestras bicicletas, pedaleamos juntos hasta que nos separamos y nos despedimos hasta la noche. ¡Vamos! Hay muchos platos y utensilios que limpiar. 

Hay días en los que crees que todo va a ser igual que siempre. Días en los que te levantes, desayunes y prepares un poco la casa. Hay días en los que crees que nada podrá llegar a sorprenderte, en los que piensas que todo está escrito y en los que crees saber las cosas que van a suceder. Hay días en los que, de repente, estás en la ducha y tu amiga aparece como una loca con tres sobres en la mano, los cuales acaba de recoger del suelo del recibidor de nuestra casa. Hay días en los que lees con detenimiento esas palabras, con el corazón latiendo a mil por hora y con las manos temblando. Días en los que las emociones fuertes fluyen de la piel, brotan por todos tus poros y no se detienen, continúan hasta ver que las lágrimas han bañado tu rostro. Hay días en los que no esperas nada de lo que va a suceder, en los que no imaginas que vas a recibir palabras desde tan lejos. Palabras desde casa, escritas con un boli que hayan cogido de la estantería que tu madre tiene cargada de libros, sobre la mesa de la salita, sobre la de la habitación de tu hermana o sobre la mesa del salón de tu yaya. Días en los que te imaginas a todos alrededor de una postal de Navidad a la que hay que imprimirle un mensaje. Esos días en los que se deciden las palabras que van a viajar desde casa hasta tan lejos. Palabras que consiguen emocionarte, que consiguen llevarte de nuevo a tu casa, junto a tus familiares. 

Y cogiendo con fuerza los tres sobres, con las manos temblando y el corazón latiendo a mil por hora, los dejas descansar sobre el pollete de la ventana del salón. Guardas para siempre esas cartas con esas palabras en tu interior, para siempre, para toda la vida. Palabras que crees que no dicen nada, pero que a la vez lo dicen todo. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.



martes, 25 de diciembre de 2012

"Feliz Navidad: una pequeña carta llena de recuerdos"



Este año serán las primeras Navidades que pasaremos fuera de casa, lejos de nuestras familias y a dos mil kilómetros de nuestros hogares. Esos hogares que se pintan con luces navideñas, árboles con cintas de colores y figuritas que forman el mejor de los Belenes. Hogares que se tiñen de Navidad, donde se respira el olor a familia y donde hemos vivido todas nuestras vidas, donde huele a nosotros. Nosotros, que aunque estemos tan lejos seguimos formando parte de las paredes que nos siguen esperando con las puertas abiertas. 

Este año pasaremos estas fechas los tres juntos, dándonos todo el cariño que podemos darnos y formando una familia con la que arroparnos, para sentir que estamos como en casa. Seremos familia, seremos amigos y seremos todo lo que en este mundo se puede ser, todo lo que el destino quiere que seamos. Porque ha sido el destino el que nos ha traído hasta aquí, el curioso y caprichoso destino que nos sorprende y nos aleja de casa, nos acerca a casa y nos cambia la vida a su antojo. Este año ha sido así, y así lo viviremos. 

Este año no nos vestiremos con las mejores ropas de nuestros armarios, porque están en España; no nos ducharemos en nuestros baños del pueblo, escuchando desde el otro lado de la puerta a nuestras madres diciéndonos que nos demos prisa; no nos acurrucaremos al lado de las chimeneas de nuestros salones, que consiguen teñir la casa de un tono anaranjado que te invita a sentir con más fuerza la Navidad. Este año no saldremos de fiesta con nuestros amigos, no tomaremos las cañas en la puerta del Pub, ni bailaremos al ritmo de la música que más nos gusta, no nos dejaremos calentar por la buena hoguera de los Quintos, no veremos las puertas de las niñas llenas de tierra, ni las luces que adornan las calles, no veremos el “Feliz Año 2013” colgado en la puerta del Ayuntamiento y no veremos tantas cosas que nos recuerdan a nuestro pueblo, nuestro querido pueblo. Este año no nos preocuparemos por los kilos de más, ni compraremos chucherías para ver las películas navideñas de la 3, no veremos las galas especiales de Raphael, ni nos aburriremos mientras vemos el maratón de anuncios televisivos de juguetes para los Reyes Magos y tampoco disfrutaremos de la Anne Igartiburu presentando las campanadas en Televisión Española. 

Este año no cenaremos con nuestras familias; no comeremos las mejores comidas, preparadas con todo el cariño del mundo; no untaremos langostinos en la mahonesa; no brindaremos con las copas en alto; no probaremos los polvorones ni el turrón, ni el mazapán, ni los chocolates de todo tipo. Este año no recibiremos a los amigos en casa, ni a la familia a la que esperamos con ganas para empezar las cenas que tanto nos gustan. Este año nos tocará a nosotros ser los anfitriones o los invitados, eso no importa. Hasta tenemos un viaje pendiente, en el que daremos la bienvenida a una amiga a esta ciudad que nos ha enamorado desde el principio. Este año será todo diferente, tan diferente como especial, tan especial como diferente. Este año no nos despertaremos entre nuestras sábanas y tampoco oleremos el sabor a comida, que se cuela por la puerta entreabierta de la cocina. No os podremos besar en la cara felicitándoos las fiestas, ni abrazaros con la fuerza que os merecéis. Este año no. 

Nos ha tocado vivir unas Navidades diferentes, en las que cantaremos villancicos con gente que acabamos de conocer y con la que ya formamos una gran familia. Compraremos nuestras comidas en el Albert Heijn, donde disfrutamos de una buena degustación de pruebas navideñas, y prepararemos nuestras comidas en nuestra cocina del piso, donde a veces nos visita algún que otro ratón. Nuestras bicis se helarán de frío en la calle, seguiremos sin noticias del vecino invisible y seguramente nos encontremos a la ciudad nevada alguna que otra mañana o, al menos, eso es lo que esperamos. Comeremos en el interior de unas casas cualquieras, en unas calles cualquieras y de una ciudad cualquiera. Una ciudad llamada Eindhoven, una ciudad que en las Navidades pasadas ni siquiera conocíamos su existencia. 

No estaremos tristes o, al menos, intentaremos no estarlo. Ya sabéis que eso de las sonrisas y las carcajadas se nos da muy bien. Seguro que si cerráis los ojos y os quedáis en silencio hasta podréis escuchar alguna carcajada, aunque solamente sea en vuestra imaginación. Qué pena no volver a casa por Navidad, como el turrón. Nosotros estamos bien y seguiremos bien. Por eso os deseamos una Feliz Navidad, unas felices fiestas en compañía de todos los que os quieren y os rodean, aunque estén lejos o cerca, aunque estén a dos centímetros de vosotros o a dos mil kilómetros. Disfrutad de estas fechas, os gusten o no, sacad una sonrisa, porque con el rostro feliz todo se lleva mejor en esta vida y comed muchos turrones y polvorones, que no os importen los kilos de más, la cuesta de Enero no la tengáis en cuenta. No os atragantéis con las uvas, untad bien de mahonesa los langostinos, saludad al cantante Raphael de nuestra parte y decidle a la Igartiburu que se tape un poco más, que siempre sale con la piel de gallina. 

¡Feliz Navidad! Ya lo sabéis. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.


lunes, 24 de diciembre de 2012

"The boat of madness"

19 de Diciembre de 2012.

Existe un barco al que no todos conocen. Dicen que los afortunados pasajeros que en él viajan consiguen olvidar todas sus penas y malos pensamientos en tierra, que solamente viajan cargados con una maleta repleta de risas y de cosas sin sentido, cosas que te hacen perder la cabeza. Zarpa todos los días, quedándose a la deriva por mucho tiempo, y solamente los más afortunados consiguen llegar al puerto para adentrarse en su aventura. 

La pareja de amigos montaban todos los días en él, siendo de los pasajeros más populares entre toda la tripulación. Un día, un grisáceo día, ambos estaban en el puerto, frente al inmenso mar de la locura. Él la invitó de nuevo, una vez más, a subir con él. Necesitaban ser pasajeros todos los días. Aquel momento fue diferente. Ella no le cogió la mano, no fue capaz de subir con él, no pudo abandonar el puerto y sus pies quedaron congelados en el suelo de madera. El barco zarparía en escasos minutos. Él la miró, le tendió la mano y, mirándola a los ojos, le dijo aquellas palabras que jamás antes había tenido que pronunciar. Susurró, muy lento, como un suspiro. 

-Súbete al barco, conmigo, y no me abandones nunca. Súbete a la locura, porque nos gusta estar a su deriva y olvidarnos de esta maldita cordura. 

Pero ella no pudo subir, esta vez no. 



Por la mañana Mary se va al estudio de Derek a pintar una mesa, ya que el lunes y el martes no puedo porque en el estudio había un equipo de grabación, o algo parecido. Al menos eso es lo que le entendimos a Marleen en el mensaje que le envió a Mary. ¡Qué buena comunicación de mensajería! Así que Ana sigue durmiendo arriba y yo me quedo en el salón. ¡Espero que Mary llegue pronto y así podremos comer los tres juntos! 

Ana y yo pasamos la mañana tranquila. A las cinco y media trabajamos los tres, así que estaremos preparados para la hora en la que nos toque coger las bicicletas y ponernos en marcha. De momento estamos en casa, hasta que llega Mary del estudio de Derek. Dice que le gusta mucho el trabajo que está haciendo y que, obviamente, se lo pasa mejor en el estudio que en la tienda. ¡Normal! En el estudio está todo el día haciendo cosas y en la tienda pasa algunos días muy aburridos en los que solamente hace cosas en el ordenador. Marleen se da cuenta de ello y cada vez que puede le dice a Mary que se vaya al estudio. ¡Y eso! Mary ya está en casa. 

Comemos los tres y nos preparamos para las cinco y media, hora en la que nos tenemos que ir a trabajar. Aunque antes de ello acompaño a Mary a por una caja de velas a un almacén que hay a las afueras de Eindhoven, cerca de la casa estudio de Marleen y Derek. Tenemos que ir a recoger unas velas de diseño a la misma nave donde estuvo Mary hace unos días. Para que no vaya sola decido ir con ella. Son las cuatro y media cuando nos ponemos en marcha. ¡Adelante! 

Cruzamos Strijp S, una zona empresarial donde encuentras todo tipo de cosas. En esta zona está la discoteca, Area 51, donde seguramente pasemos la noche más vieja del año. ¡Hay que comprar las entradas de la fiesta si no nos queremos quedar en la puerta! Continuamos con nuestro recorrido en bici. Nos metemos por unos callejones en los que solamente hay naves industriales y zonas medio abandonadas. Mary dice que el otro día tuvo que venir ella sola por estos sitios y que, encima, un camión iba tras ella muy lentamente. ¡Qué miedo! Ella con la bici y un camión detrás. Esas calles dan miedo, menos mal que no le pasó nada. ¡Marleen hija mía vaya unos sitios por los que nos mandas ir a por velas! Le pueden dar a las velas. 

Aparcamos las bicicletas en la puerta de la nave, llamamos a la puerta pero nadie responde. Así que bordeamos el edificio hasta que nos topamos con otra puerta. Un chico nos recibe, le explicamos lo que queremos y no tiene ni idea de lo que le estamos contando. El problema es el siguiente: estamos en la puerta de una nave enorme donde se encuentran decenas de estudios de diferentes trabajadores. Si llamas a la puerta te arriesgas a que no te abra la persona a las que estás buscando. Pues eso nos ha pasado, no es la persona a la que buscamos. Mary tiene que llamar a Marleen y le dice el nombre de un chico, para que pregunte por él. Ahora ya sí. Pasamos al interior de la nave y nos dirigimos hasta el estudio donde tienen que darnos las velas. Caminamos a lo largo de un pasillo en el que quedan estudios y talleres a ambos lados. Mary está flipando y dice que en un futuro se ve por ahí rondando, haciendo cosas. Y llegamos a nuestro estudio. Bueno, ojalá fuera nuestro. En la planta baja hay un chico en un taller, haciendo algo con unas máquinas. Nos indica que subamos por las escaleras de madera. Aparecemos en la primera planta, en la que hay un par de personas trabajando en una especie de estudio, con cocina incluida. Y cogemos otras escaleras, que nos llevan a lo que se supone que es el almacén donde guardan todas las velas. Una chica nos atiende. Le decimos que venimos a por el pedido de Marleen y nos prepara varias cajas de velas, las envuelve todas juntas y las mete en una bolsa, para que podamos transportarlas mejor en la bici. 

¡Todo está muy chulo! Es un buen sitio para trabajar. En el mismo sitio tienen el taller en la planta baja, el estudio del mismo taller queda en la primera planta y finalmente en lo más alto de todo nos encontramos con el almacén. Todo eso dentro de la inmensa nave. Y suponemos que así ocurre con todas las diferentes zonas de trabajo del lugar. Una buena forma de ahorrar espacio. Mary coge las velas y, cruzando de nuevo el pasillo que queda rodeado de estudios, llegamos hasta nuestras bicicletas. 

Con un paquete de velas atado al porta paquetes de la bici de Marleen nos vamos. Mary se va a la tienda y yo me voy a casa, que he quedado con Aylim a las cinco y cuarto. ¡Voy justo de tiempo! Mary le llevará las velas a Marleen y después se irá al restaurante. Por el camino nos acordamos de Aylim, ya que queremos hacer una mesa de pallets de madera para su comedor y como pasamos por un montón de naves industriales vemos constantemente pallets por todos lados. ¡Aylim si quieres una mesa hay que venir en busca de todo esto! Ya los transportaremos como sea. Si hemos transportado colchones, somieres, cajas de cartón, lavadoras y sillones hasta nuestra casa. ¿Cómo no vamos a poder hacerlo con esto? Además ya tenemos experiencia con pallets. ¡Tenemos una estantería en el salón que es un pallet, una en la cocina que es lo mismo y la puerta que nos separa del vecino invisible es otro! Los tres transportados desde el centro de la ciudad y con una sola bicicleta. Así que Aylim tendrás tu mesa. 

Las cinco y cuarto y estoy en la puerta de casa. Aylim todavía no ha llegado y Ana ya no está en casa. Comienza a trabajar a las cinco y, por lo tanto, se ha ido un rato antes. Ahora espero hasta que venga Aylim y, como no podría ser de otra manera, llega a casa cargada de chocolatinas y cosas ricas. ¡Es como el villancico ese que dice que hacia Belén va una burra cargada de chocolate! La única diferencia es que Aylim no va hacia Belén y que no es una burra. ¡Vamos a trabajar! 

Después de un café, de las chocolatinas y de las magdalenas que trajo Mary ayer del restaurante nos ponemos a pedalear. ¡Qué rico todo lo que lleve chocolate! Por cierto, las bolsas de las magdalenas de ayer casi que se han terminado ya. ¡Qué rico! Encima este año no tendremos polvorones ni turrones. ¡Qué navidades más escasas de chucherías nos esperan! No importa, es la única manera de ahorrarnos la dieta en Enero. Que las cuestas de Enero no nos cuestan subirlas porque no tengamos dinero, no. Si no que son cuestas porque con el peso que cogemos en Navidad no somos capaces de subirlas. ¡Malditas cuestas! 

Al terminar de trabajar quedamos en el Dr. Ink, que sin el punto se convierte en “Drink” (“beber” en inglés). A Aylim se le ha salido la cadena de la bicicleta y, por eso, antes de irnos a casa tenemos que montar un taller mecánico en la puerta del bar en el que ya somos clientes fijos. La bicicleta con las ruedas en el aire y dispuestos a colocarle la cadena. Mary y Aylim se hacen con el mando de la situación. La bici de Aylim es como dice ella: Muy bonita pero una mierda. Una funda protectora de medio cuero protege la cadena de la bici y hay que abrirla desabrochando una cremallera, que está más oxidada que la cadena que gobierna el tejado del museo de muñecas de Carreto. Sí, la cadena del museo de Carreto. Solamente los que conocen el pueblo comprenderán todo esto. Mary y Aylim comienzan a abrir, poco a poco, la cremallera enrojecida por la lluvia. Lentamente y con las manos teñidas de rojo, consiguen quedar al descubierto la rebelde cadena. Con la ayuda extra de Gianlu la cadena queda en su sitio, Mary y Aylim van al servicio a lavarse las manos y, tras desmontar el taller, regresamos a casa. 



Él no pudo soportar la idea de quedarla en el puerto, no pudo arrojarse a por ella. El barco había comenzado su nuevo viaje y ella le despedía desde el suelo de madera, con una leve sonrisa y una mirada que derrochaba tristeza. No podía acompañarle en su nuevo viaje, era incapaz de hacerlo. Había llegado el momento de estar separados por un tiempo. Puede que el destino lo hubiera querido así, que lo necesitaban para seguir estando bien y que todo aquello se convertiría simplemente en una nueva y pasajera aventura de la que tendrían que ser testigos. Estarían separados, simplemente. El uno sin el otro. Durante un tiempo, un corto o largo tiempo. El barco de la locura había zarpado. 

Desconociendo el tiempo del trayecto ella decidió quedarse en el puerto, esperando su llegada. Él pasaría las noches en la proa del barco, intentando divisar cuanto antes aquel puerto en el que había dejado a su compañera. Necesitaba volver a estar con ella. Las noches tomaban el aspecto de eternas, los días parecían tener más de veinticuatro horas y aquel barco no era lo mismo que había sido hasta entonces. Necesitaban viajar juntos, ambos lo sabían. Ambos se habían percatado de aquello. 

Y cada día zarpaba de nuevo, cada día un nuevo viaje. El viaje más largo de sus vidas había finalizado. Él consiguió ver el puerto de madera. Después de veinticuatro horas sin ella reconoció su rostro cansado y entristecido entre la multitud, la inmensa multitud que esperaba ansiosa por convertirse en pasajera. Él sonrió, desde lo alto, desde el mismo lugar en el que se había despedido de ella. Su sonrisa provocó que la tristeza de los ojos de la que le observaba desde el puerto desapareciera. Lo habían conseguido. El viaje había sido largo, pero ya estaban de nuevo juntos. Él tendió su mano, una vez más. Esta vez no pudo susurrar, el murmullo de la gente era tan fuerte como la bocina del barco. No susurró, le gritó a los cuatro vientos. Su mano continuaría extendida hacia ella. 

-Súbete al barco, conmigo, y no me abandones nunca. Súbete a la locura, porque nos gusta estar a su deriva y olvidarnos de esta maldita cordura. 

Y ella, esta vez y por todas las demás, agarró fuerte su mano. No la soltaría jamás. Esta vez sí pudo acompañarle, esta vez sí. El barco de la locura comenzó a zarpar, un día más, una aventura más. 



Estamos bien, estamos aquí, estamos en Eindhoven.